A little Prayer

miércoles, mayo 04, 2011




*Arriba: Original dibujado con grafito en mi skechtbook
*Abajo: Arte final en photoshop

De vez en cuando pienso en cifras y hago operaciones mentales muy rápidas, otras veces la dislexia me traiciona y busco con ansias la calculadora.

Mi número favorito es el 3, símbolo (quizá) de la perfección, clave del misterio cósmico. Número fácil de recordar, sencillo de pronunciar. Indicativo de avance, de inicio del camino.

Tres esferas acompañan y decoran cada uno de mis trazos, como describiendo identidad. Tres minutos es lo que espero antes de enloquecer. Tres veces, es el numero mínimo que pediré algo.

No recuerdo ideas más allá del número tres, ni entiendo opciones de respuesta multiple con más de tres opciones a elegir, olvido los incidentes ocurridos después de tres minutos. Y medio número después se empiezan a complicar las cosas. Y después del tres está el infinito, el principio de lo eterno e incontable.

Y aun asi, rompiendo la regla de la manía compulsiva con una década de existencia llevo diez pequeñas esferas decorando mi muñeca, detenidas en el tiempo y el espacio, evitando cualquier ley de física o lógica posible. Evitando mis problemas número y de percepción. Vagabundean en el abismo como recordatorio, como señal divina, como plegaria de perdón.

Y el diez, ese número es sinónimo de lo incontable. Empiezo a contar y después del tres olvido la secuencia y continuo haciéndolo sin registro preciso de las cuentas, sin percatarme, como contando las decimas de números sin fin, el número se duplica, se triplica y hasta multiplica por cien, y la plegaria se hace eterna, celestial.

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2 comentarios

  1. A los números no siempre hay que entenderlos o verlos, casi siempre se los puede imaginar. Acabo de recordar un relato de Vargas Llosa (que no es mi escritor favorito precisamente) sobre una tribu amazónica, donde ellos solo saben contar hasta cuatro. Luego de eso, solamente dicen "muchos". Y ellos, los machiguengas, viven felices en los puntos más perdidos de la selva sin las vicisitudes estadístico/algebraicas de la gente con zapatos.

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